fotógrafos de Zaragoza: Javier Cruces
El viernes, organizada por la Sociedad Fotográfica de Zaragoza, impartió una conferencia el fotógrafo de Garrapinillos: Javier Cruces Puyuelo, en la sala ámbito cultural del Corte Inglés.
Javier Cruces (1955) es un fotógrafo de formación autodidacta que comienza a los 20 años a ejercitar este arte. A partir del año 2000 incorpora en su negocio a José Cruces. Ha impartido conferencias y charlas sobre fotografía e imagen en La Rioja, Aragón, Valencia, Cádiz, Pontevedra y Caracas entre otros lugares.Premios: Dos "Goyas" de fotografía, a nivel nacional. Un premio "Sonimag" europeo y dos nacionales. Varias nominaciones. Posee los títulos de "Fotógrafo distinguido" y "Juez calificador", de las Asociaciones de fotógrafos profesionales, y ha participado en diversas publicaciones y exposiciones.
Adjunto aquí una entrevista que le realizó Antón Castro, que nos ayuda a conocer mejor a este artista de la fotografía:
-¿Cómo nació el fotógrafo Javier Cruces?
- Yo trabajaba en Garripinillos con mi padre y mis hermanos en un almacén de abonos. Durante el servicio militar, en Aviación vi revelar una foto y me dije: "¿Qué es esto?". A partir de ese momento cogí la cámara de mi padre, una Woitlander. Luego me compré una Mamiya reflex y disparaba a los bordillos, a los cigarrillos, a las cucarachas, a todo lo que vivía. Revelaba con pozales de agua hasta las cuatro de la mañana.
-¿Y luego?
-Le hice unas fotos de boda a mi hermano, gustaron y empezó a funcionar el boca a boca. "Mira, las fotos que ha hecho el chico de Tomás". Usaba focos de bombilla y hacía muchas instantáneas de domingo. Más tarde compré una Zenza Bronika de 6 x 6. Y cuando me casé mejoré mi estudio y combiné durante unos años el trabajo con los piensos y la fotografía. Aunque me gustan mucho las fotos de exterior, me decanté por las de estudio y en particular por el retrato con una atmósfera particular.
-¿Qué busca en un retrato?
-Captar a la persona tal como es, su carácter, su erotismo, su dulzura. Si capto a un niño, soy más chico que él con naturalidad. Quiero que me entregue su confianza. Y cuando ese nivel de camaradería y de confianza es el idóneo y percibo su mirada limpia, disparo. Soy un fotógrafo de disparo único o de muy pocos. Mi obsesión es lograr que la persona se vea y se reconozca. Que diga: "Soy yo desde dentro".
-No debe ser fácil: rara vez nos gustamos en las fotos...
-Es cierto. Cada foto es una aventura diferente en materia de gestos, de sonrisas, de personalidad. En el fondo, intento mostrar mi pasión por el ser humano.
-Acaba de ganar el premio Goya al mejor retrato. Uno de los elementos que llamó la atención en la pieza "Nerea" fue la técnica...
-Yo creo que eso es el resultado de muchos años de trabajo y de investigación. Ya hemos superado esa fase de aprendizaje del revelado, de la medición de luz, de la búsqueda del mejor encuadre. Ahora uso el autofocus que me permite captar los detalles con más rapidez y con mayor precisión que cualquier ojo humano, y puedes dejar volar la fantasía. La tecnología ha cambiado mucho: siempre he querido avanzar y mi experiencia en el laboratorio ha sido esencial. ¿Le puedo decir una cosa?
-Está obligado a hacerlo.
-Lo importante es que se sepa hacer fotos. Para el que no sabe mirar y ver no hay tecnología ni cámaras que valgan. La técnica, la cámara o la tecnología digital son elementos secundarios, auxiliares, importantes desde luego. Para mí, la palabra es tan importante como la única luz que uso: el retrato nace de la confidencia.
-¿Ha tenido maestros?
-No sigo a nadie, pero no lo digo por menosprecio u orgullo: trabajo a mi manera y con libertad. Ahora bien, veo lo que hace Sebastiao Salgado y siento auténtica envidia de no haber estado donde él estuvo.
-¿Es, entonces, el artista y el profesional que ha querido ser?
-En cierto modo. A mí me hubiera gustado ser reportero de guerra, viajar, pero no he podido o no me he atrevido. Me siento un retratista de la vida, de las cosas menudas y del paisaje. Y en todo eso pongo mis ojos, mis sentidos, el alma: ordeno y desordeno mis pequeñas fantasías. Estoy abierto a todos los caminos.
-Este es su segundo premio Goya. ¿Le va a cambiar en algo?
-En absoluto. Tengo clientes en Euskadi, en Valencia, en Barcelona, aquí. Estoy muy agradecido a la gente, y en particular a mi mujer, Isabel, y a mi hijo José, que me ayuda en el revelado. Dispongo de la mejor tecnología digital posible y de un espacioso estudio, que es casi un sueño. Me he propuesto tener las mejores herramientas para mis clientes y que la única limitación sea yo mismo. El premio me hace sentir orgulloso, pero no me alejará de mis raíces ni de mis amigos.
-Por lo que veo, encarna el usted el fotógrafo seductor.
-Especialmente con los niños. Soy payaso como ellos, les digo chorradicas y a veces me dicen sus padres que hasta sueñan conmigo. Vienen a verme al estudio. De repente entra mi mujer y me dice: "Javier, hay ahí un chico que quiere verte y si no sales dice que a va romper la puerta a patadas".
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